* La reciente sentencia del caso ERE, una de las mayores causas sobre la corrupción en nuestro país, ha reconocido expresamente el "esfuerzo y diligencia" de la magistrada sevillana, que instruyó e investigó durante años la trama, sometida a todo tipo de presiones políticas. Recuperamos este reportaje de 2014 sobre la juez en el que habla su círculo más cercano.
Era una tarde de mayo de 2014 cuando Jorge Castro, marido de la juez Mercedes Alaya, entró apurado por la puerta de casa. La juez trabajaba en su despacho. —¿No me digas que lo has imputado? —disparó sin saludarla. Castro hablaba de un conocido, el padre de la mejor amiga de uno sus hijos. —Ea, ¿qué quieres que haga? —respondió ella. —Madre mía. Y agachó la cabeza con resignación.No era la primera vez que la magistrada encausaba a compañeros de su pareja, colegas de trabajo o de su equipo de fútbol, el Betis. “Vaya trago”, comenta Castro a sus amigos cada vez que se desayuna la prensa con un nuevo auto de su esposa. Es de las pocas veces que el sevillano, un hombre cercano y jovial, pierde la sonrisa: “Y encima tengo que aguantar que digan que si tiene intereses o quiere beneficiar a unos… Vamos, es que no tienen ni idea”. No es lo único que lamenta la familia Castro-Alaya. Desde que la juez de instrucción Mercedes Alaya (Sevilla, 1963) se hiciera cargo, hace ya tres años, de los casos Betis, Mercasevilla y ERE, que investiga la posible malversación millonaria de fondos públicos desde la Junta de Andalucía a empresarios, sindicatos, antiguos cargos del PSOE, bufetes de abogados y consultoras, la magistrada se ha convertido en el punto de mira de la prensa. Su silencio ha servido para alimentar su leyenda.Los periódicos han escrito de ella que nació en Écija, tiene varias hermanas, una relación estrecha con el alcalde popular de Sevilla y que se ha casado ahora porque no lo hizo en su juventud tras un embarazo adolescente. Que es altiva, fría, hermética, que le apasionan la moda, los toros y Enrique Ponce. “Pero mucho de eso es no cierto. Está harta de ver cómo hablan sobre otra que no es ella”, me advertirá su mejor amiga nada más conocernos. La vida de la instructora es hoy la de una persona con una armada de detractores y seguidores. Los antaño aburridos pasillos de los juzgados de Sevilla parecen estos días una asamblea pública donde el nombre de Alaya se escucha y genera bandos.Para unos, la juez parece reequilibrar con su justicia la teoría de las asimetrías informativas de Joseph Stiglitz: en toda relación hay alguien que sabemás que otro y eso genera desequilibrios de poder y oportunidades. Si no, no puede entenderse por qué tiene 50.000 fans en Facebook, la gente estalla en aplausos y gritos al verla (“¡ánimo!, ¡estamos con usted!”) , la fotografían como una estrella de rock, o por qué un hombre la detuvo en la calle y se echó inexplicablemente a llorar. Para otros, como el exconsejero delegado del Betis, un caso en el que la juez acusó al expresidente del club de fútbol, Manuel Ruiz de Lopera, de desviar casi 25 millones de euros desde el club a sus empresas, Alaya es una “nazi” y está “loca”.No ha sido la única crítica que ha recibido.Durante la instrucción de los ERE, las defensas han cuestionado sus maneras por “manejar a su antojo los tiempos y retrasar la entrega de información sensible”. El Poder Judicial se puso en pie de guerra el pasado mes de abril cuando la juez envió a la Guardia Civil al Congreso y al Senado para notificar la “preimputación” a Manuel Chaves, José Antonio Griñán y el diputado socialista, José Antonio Viera, una función que le corresponde al Tribunal Supremo. La Fiscalía Anticorrupción ha pedido, una y otra vez, que divida la investigación y eleve al Supremo la parte que afecta a los aforados. El PSOE e IU mantienen que existe una coincidencia entre sus autos y los procesos electorales. Incluso el exjuez Garzón la ha acusado de “dilatar y dilatar” un procedimiento que ya dura tres años y ha calificado la fianza de 29 millones de euros impuesta a la exministra Magdalena Álvarez de “escandalosa”.
Pero, ¿cómo es en realidad Mercedes Alaya?, ¿qué sabemos de su ideología?, ¿de su concepto del trabajo y la justicia?, ¿es soberbia y arrogante, como se dice de ella?, ¿afecta eso a sus decisiones? ¿A quién escucha la mujer que parece desoír las advertencias de la Fiscalía o la Audiencia Provincial de Andalucía? ¿De quién necesita protección, refugio? ¿Cómo es la vida de esta madre de cuatro hijos que eligió el complicado camino de ser juez, pese a que la holgada economía familiar le habría permitido ser señora de…? ¿Tiene poder? ¿Para qué lo utiliza?Como la opositora que fue, a Alaya le gustaría narrar su historia, rebatir, como dice su entorno, todas las “invenciones” que se han escrito sobre ella. Pero cree que no debe. Que su papel público no se lo permite. Sin embargo, sus amigos más íntimos, aquellos que la conocen desde que era pequeña, cuando renegaba de los Beatles y elogiaba a Bach, han accedido a hablar con nosotros. También lo han hecho sus enemigos.Nos sentamos frente a un café con Mercedes Casado Sola, su amiga de la infancia. Ambas coincidieron en Alcalá de Guadaira, cuando la familia de Alaya se trasladó desde la capital hasta el municipio sevillano, donde compró un chalet con piscina en la urbanización de los Pinares de Oromana. Mercedes dejó las Escuelas Francesas de Sevilla para ingresar en el colegio Cervantes. “En clase éramos un grupo de tres o cuatro alumnas que no nos permitíamos sacar menos de diez. Perfeccionistas, muy trabajadoras. Nunca suspendimos. Además compartíamos gustos: nos encantaba preparar funciones, escribir, escuchar música clásica. Y el arte…Mercedes siempre fue muy creativa”, me cuenta Sola, hoy convertida en una conocida escultora sevillana.Su madre era ama de casa y su progenitor, un hombre al que me describen como recto y disciplinado, un representante de maquinaria que recorría Andalucía. Una vida sencilla de familia adinerada, bien, tradicional. Hasta que llego la primera de las tragedias que cambiarían su biografía.En 1978 Mercedes tenía 15 años cuando su padre murió repentinamente a los 50. “Aquel fue un golpe muy duro. Se quedó tan triste”, recuerda su amiga. Su único hermano, mayor que ella, se convirtió entonces en su protector. El nuevo cabeza de familia. Todos tuvieron que crecer. De golpe. “Su muerte la dejó en shock”.“Mis amigas me decían: ‘Mira que es siesa Mercedes’—me narra otra de sus íntimas compañeras del instituto—.Y yo les respondía: ‘¡Que no es siesa, es tímida’. Era muy selectiva, se relacionaba con un grupo muy pequeño de personas. Nunca tuvo afán de ser muy popular. Pero dentro de ese grupo era divertida y habladora”.Mientras sus amigas se daban codazos por “los niños”, la joven Alaya despertaba, sin proponérselo, gran entusiasmo: “Caminábamos por la calle y llamaba muchísimo la atención. Por su estilo, su figura… Íbamos a comer y estaba medio restaurante pendiente de ella. Veníamos en Semana Santa o en la Feria a Sevilla y volvía locos a todos. Pero ella nunca ha presumido. Al contrario, nunca le ha gustado el protagonismo y no tenía casi novios. El primer chico con el que salió, la conquistó porque ella era y es muy romántica. Le gustaban los hombres chapados a la antigua. Detallistas. Y él lo era. Pero enseguida conoció a Jorge, su marido”.
A Jorge Castro (Sevilla, 1963) y Mercedes Alaya los presentaron una Feria de Sevilla, cuando ella era apenas una adolescente que soñaba con ser juez. La vocación parece haber estado desde siempre. “Yo recuerdo una conversación en un bar, de las primeras veces que salíamos —cuenta Mercedes Casado—, ella dijo muy convencida: ‘Yo voy a ser juez’. Nunca comentó que quería ser abogada, sabía que quería ser juez. Su hermano y su prima estudiaban Derecho”.Con matrícula de honor en el bachillerato, Alaya llegó a la Facultad de Derecho de Sevilla. El primer día se sentó con quien conocía, con Paco, el amigo de infancia de su novio. “Estábamos en medio de clase cuando, de repente, entraron unos alumnos y los profesores se salieron. Vi que empezaban a mirar hacia donde estábamos. Y pensé, mal, mal —me cuenta Paco—. Acabaron nombrándola borrega de la promoción [la más guapa de la clase]. La sacaron a hombros y en una silla la pasearon por toda la Facultad. Ella no quería salir. ¡Luego estaba enfadada conmigo, porque no hice nada por impedirlo!”.Mercedes, la lista, la guapa y la callada resultaba para muchos un enigma. “Despertaba una curiosidad extrema”. Pero a ella el único que le hacía reír a carcajadas (y continúa haciéndolo) era el vivaz y extrovertido Jorge. Su opuesto.Un chico con mil amigos, de sonrisa pilla, al que uno imagina de pequeño ajustándose unas gruesas gafas para leer cómics de superhéroes. Tenían 20 años cuando supieron que Mercedes estaba embarazada. Un pueblo pequeño, 1983, un momento delicado para la familia. Decidieron casarse. Jorge se trasladó a vivir a Alcalá de Guadaira y ella terminó con sobresaliente los estudios de Derecho en 1986. Nueve meses después y con un cambio de temario de por medio aprobaba las oposiciones a juez con el número 16 de toda España."Es sin duda la alumna con mejor memoria que he tenido en mi vida —me relata su preparador, el exfiscal Antonio Ocaña—. Una chica con una vocación extraordinaria. Provenía de una familia rica, podría haber elegido cualquier otra profesión más tranquila. Sin embargo, tenía claro que quería ser juez, un trabajo duro porque hay que levantar cadáveres, llevar pleitos complicados, dirigirse a la Guardia Civil y la policía con autoridad…”.La hoja de vida laboral de Mercedes Alaya dice que debutó en el Juzgado de Primera Instancia número 2 de Carmona, en Sevilla. En 1990 se trasladó a Fuengirola, Málaga, en un momento en que la Costa del Sol era un hervidero de mafias y narcotraficantes. Desde el Juzgado de Primera Instancia número 4 procesó al alcalde socialista Sancho Adam por presunta malversación de fondos públicos; fue una época difícil marcada por la cantidad de levantamientos de cadáveres que tuvo que llevar a cabo.La juez iba y venía en autobús desde Fuengirola a Sevilla los fines de semana para ver a su hija pequeña y a su marido. Hasta que en plena Exposición Universal regresó a su ciudad. Aterrizó en el Juzgado de Primera Instancia número 20. Allí ya levantó odios y pasiones. Para unos sus resoluciones eran “buenísimas, fundamentadas. Donde otro juez resolvía en medio folio ella escribía entre 15 y 20 amano. Ningún tema era menor para ella, estudiaba mucho y conocía perfectamente el caso antes de resolver”. Para otros: “Ya instruía como si tuviera que sentenciar. En un caso de desahucio acabó pidiendo que se investigara a todos los testigos,una locura”. En 1998, le asignaron la titularidad del Juzgado de Instrucción número 6 de Sevilla. Llegó entonces el segundo drama familiar.
Su hermano moría en un accidente de moto. Tenía 34 años. Su muerte lo revolucionó todo. Alaya sufrió mucho. Dejó de comer. Enmudeció. Buscó en la fe un consuelo. Cuentan que aquello cambió su vida. Nunca había querido más niños, pero se sintió tan sola, aseguran, que decidió tener una familia numerosa : nacieron otros dos. Y estaba a punto de viajar a China para adoptar una niña, cuando llegó su cuarto hijo. “Después del último me llamaba y me decía: ‘Yo quiero otro y Jorge no—me confiesa una de sus amigas—. Y yo le respondía: ‘pero a ver, Mercedes, que ya tienes cuatro y los niños luego crecen’. Pero ella erre que erre: ‘Es que yo lo necesito’. Y aún ahora cuando ve a una chinita se le van los ojos…”.
Han pasado siete años desde entonces. Sus hijos, Elena (30 años) , Jorge (16) , Patricia (11) y Carlos 7) , dicen, la han hecho más humana, más cálida. Aquella chica de la orla de 1986, joven y bonita, conserva el pelo largo y negro y la misma figura delgada, que ha cultivado a base de no probar el alcohol, comer apenas y estrictas tablas matutinas de gimnasia postparto. Una silueta que ella ajusta con prendas de Mango, Zara o de su diseñador favorito, Angel Schlesser. Sin relojes ni grandes joyas, solo el anillo de casada y unos generosos pendientes de brillantes.De cerca Mercedes Alaya tiene el cutis transparente, casi irreal. Huele a flores. Con los desconocidos adopta una postura hiératica, rígida. Las manos le traicionan; las aprieta. Solo escucha a su marido con la sonrisa a punto de soltarse, temblándole en los labios.Sigue siendo tan despistada como siempre: pierde continuamente los bolsos, las gafas de sol; lleva un móvil que nunca enciende, porque no acaba de entenderlo; es incapaz de orientarse en su propia ciudad y no reconoce si se cruza una cara amiga.“La memoria que tiene para los procesos judiciales, recuerda cada dato, cada detalle, es de pez para las personas”, cuenta Paco. “En junio de 2011, cuando fuimos a la fiesta de los 25 años de fin de la carrera de Derecho, no sabía quién era nadie.Yo le iba presentando… Como siempre, ella era la más conocida”."Mercedes ha necesitado siempre a su alrededor personas que velaran por ella en lo doméstico. Que la lleven, la traigan, le cocinen… porque no le interesa —puntualiza Nuria, pareja de Paco y también abogada—. Pero en su trabajo, que le encanta, se ocupa de estudiar, de estar siempre puestísima en todas las reformas de la ley de Enjuiciamiento Criminal”.Leo las resoluciones y toma de declaraciones de esta juez firme que manda contundente en la sala: “Me está usted mintiendo descaradamente”; “Colabore…de una puñetera vez”; “Deje de hacer teatro”, ha espetado a varios de los acusados. Y luego recuerdo esas escenas que sus amigos me han contado: Mercedes, removiendo el plato de ensalada César o de pasta, casi sin comer: “Jorge, esto está frío…”. “Jorge, esto está pasado…”.Y Jorge, caballero y risueño: “Eaaa, pues voy a decirle al camarero que lo cambie”. Observo entonces esas dos Alayas: la pública y la privada; la profesional y la estrictamente personal. Hay una Alaya decidida, vigorosa, independiente, poderosa, y otra pasiva, casi infantil, que necesita que le den seguridad y refugio.“En casa quien manda soy yo”, les dice Castro a sus amigos cuando bromean con él sobre la juez indomable de la sala. “¡Qué va! ¡Qué va! Yo no podría estar al lado de una mujer que me dominara ”, responde él. Dentro de ella hay una persona que no va a ningún acto social sin su marido y otra que trabaja sola en una macrocausa ingobernable de 80.000 folios, enfrentándose a las presiones de la Fiscalía, la Audiencia Provincial de Sevilla y el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía.
Con este cóctel que estructura su biografía, la juez se enfrenta hoy al caso más importante de corrupción que ha vivido Andalucía. Casi ochocientos millones de euros que tenían que destinarse a empresas con problemas laborales pudieron malversarse. La tesis principal de la juez es que existió una conspiración de alto nivel para facilitar el robo de caudales públicos. Es decir, no cree que algunos altos cargos hicieran un uso corrupto del dinero, sino que el fondo se creó exclusivamente para delinquir. Desde su punto de vista existió una “pirámide corrupta” en cuya cúspide reinaban los dos expresidentes autonómicos y en niveles inferiores los consejeros, los directores generales… hasta llegar a los intrusos (prejubilados ajenos a las compañías beneficiadas) , el origen de la investigación.En medio, presuntamente cobraron comisiones la Cámara de Cuentas, los sindicatos UGT y CC OO, bufetes de abogados, empresas, consultoras y ayuntamientos. En el epicentro de la trama: Javier Guerrero, ex director general de Trabajo de la Junta, quien, según declaró su chófer, gastó parte del dinero público en cocaína y copas.Ante este descomunal proceso de instrucción, que ya dura tres años, la magistrada no tiene tiempo de leer, ni de ir al cine. Se obliga, dicen, a salir los sábados por la noche con sus amigos. Y se permite algún viaje, su gran afición. Mientras, los miles de folios del caso se amontonan en un despacho anexo a su cuarto donde se encierra hasta altas horas de la madrugada sin ayuda de té, café ni Coca-Cola. Lidia con 180 imputados, amenazas de muerte anónimas y una armada de críticos que crece y crece. “Aunque su marido le anima a no hacerlo, ha pensado varias veces en tirar la toalla. Abandonar la magistratura— nos dice alguien que la conoce bien—. Quizá lo haga cuando termine este proceso”. Las presiones son muchas.En los juzgados es vox populi que los dos fiscales del caso no se entienden con ella. A finales de abril le pidieron que abriera piezas separadas, dividiera el sumario y enviara la parte de los aforados al Tribunal Supremo. “Ella solo respondió que no pensaba escindirlo, al resto, ni les contestó”, me explican. El decano de los jueces de Sevilla, Francisco Garrido, compañero de Alaya, puntualiza: “Lo de la fiscalía no han sido críticas, sino argumentos de un recurso. Estamos muy acostumbrados a que el fiscal nos recurra…”. En el entorno de Alaya me reconocen, sin embargo, que las reprobaciones de sus compañeros son lo que peor lleva. “Con lo que estoy trabajando, ¿por qué tengo también que luchar contra ellos?”, me desvelan que dice.Pero no están solo los fiscales. O los jueces (“entre la profesión no es querida ni admirada”,me dirá una persona. “Es respetada y envidiada”,me dirá otra) . Un grupo de abogados del caso está en pie de guerra contra la Alaya. Incluso se han reunido porque quieren adoptar alguna medida conjunta para frenar lo que consideran es “un abuso de poder excesivo”. Desde su punto de vista, la juez fuerza los límites de su función instructora. “Ha llegado a escribir que, con ‘probabilidad cierta’, los imputados serán condenados. Ella no investiga, sentencia”, me explica indignado uno de los letrados.Charlo con Juan Pedro Cosano, defensor de los hijos de José María Ruiz Mateos y autor de Abogado de pobres (Planeta) , una novela que trata precisamente sobre un macroproceso judicial ambientado en el S.XVIII. “La juez está sobredimensionando el caso. Aferrada a su tesis, quiere llegar arriba. Y para eso imputa conductas delictivas a personas que han hecho un trabajo serio y que, de repente, se ven sometidas a una exposición mediática sin precedentes; también ha utilizado la prisión preventiva para gente que está perfectamente localizable y lo peor: en 30 años de profesión jamás he asistido a un trato tan insólito por parte de un juez. Es despectiva y prepotente”.Cosano no me lo cuenta, pero alguno de sus colegas me han explicado que el letrado pidió para uno de sus clientes el aplazamiento de una comparecencia porque su mujer padecía un cáncer e iba a ser intervenida de urgencia. La juez, aseguran, le dijo que aquel no era un asunto “suficientemente relevante”. El abogado le recordó los seis meses de baja “por su dolor de cabeza”. Alaya, que había padecido una neuralgia de trigémino con intensos dolores en la cara y los ojos, perdió los nervios. Hubo gritos y portazos.“Tiene un sentido de la instrucción preconstitucional e inquisitorial, donde no se respetan las garantías de la defensa de los investigados”, me comentará otro de los letrados, que prefiere permanecer en el anonimato por temor a las represalias. “Estamos aterrorizados… No quiero decir algo que afecte a mis clientes”. Y añade: “Entiéndalo, Alaya padece garzónpatía; un síndrome de la instrucción; no quiere soltar el proceso, porque favorece su protagonismo público”.
—Los que la conocen aseguran que no ambiciona otro puesto —apostillo. —¿Usted cree necesario enviar a la Guardia Civil al Congreso y al Senado para “preimputar” a Chaves y Griñán? ¿De verdad no sabe dónde viven? ¡A esta mujer le da igual invadir el poder ejecutivo o legislativo!Yla propia preimputación es otro acto de publicidad. —Ella asegura que lo hace porque existen indicios contra ellos y es una manera de que se enteren de las actuaciones. Podría ser un avance del derecho de defensa. —Pero no lo es, porque no pueden defenderse ante ella. Los aforados deben responder ante el Supremo, el tribunal que les corresponde.Lo único que hace es colocarlos en la picota.Los abogados insisten en que la juez tarda meses en responder a sus recursos o no lo hace; no deja que se graben las declaraciones (“porque a usted no le interesa que se sepa lo que pasa en la sala”, le han llegado a decir) , e incorpora con retraso declaraciones e informes en la causa, lo que provoca la indefensión de sus clientes (“está ocultando documentos”, consta en un acta que le criticaron) .Ella ha respondido en más de una ocasión que no tiene tiempo; está desbordada. Durante su baja por enfermedad la magistrada fue sustituida por dos letrados. A su vuelta también tuvo sus más y sus menos con ellos. “Un problema de competencias”, reconocen sus allegados. Rechazó su colaboración.—¿Por qué no quiso aceptar la ayuda que le ofrecieron, pese a que todos le apremian para que termine la instrucción?—pregunto al decano de los jueces de Sevilla, Francisco Garrido. —Ha preferido asumir en solitario la instrucción de estas causas porque consideró que eramás eficaz para su trabajo.Nada es sencillo con la juez Alaya. Hace un tiempo la magistrada y el político Alfonso Guerra coincidieron en un restaurante. Él había insinuado en las elecciones de 2011 que Alaya administraba sus autos “con intencionalidad política”. “Durante la cena él nos ignoró y nosotros a él”,me dice una de las personas que acompañaba a la juez. Pero Guerra no ha cejado en su empeño. En los pasados comicios europeos insistió: “Hay muchas dudas sobre la investigación que se lleva a cabo en ese juzgado. No tengo ninguna tranquilidad de que lo que está apareciendo tengamucho que ver con la realidad, tal vez hay otros intereses”.Sus íntimos contraatacan al unísono: “Mercedes ha votado a todo: PSOE, PP, inclusoUPYD, pero desde que investiga temas políticos, no vota.Dice que con lo que sabe, no puede votar.Es apolítica”. Alaya no pertenece a ninguna de las asociaciones de jueces.“¿No le parece una muestra de su independencia que haya imputado a amigos y conocidos suyos y de sumarido?”, cuestiona una de sus íntimas.Y prosigue: “Esa es la prueba de que no se deja condicionar por nadie. Yo sé que aunque le dijera: ‘Niña, mira esto un poquito gris, que me interesa a mí que lo veas un poquito gris’. Ella me respondería: ‘Lo siento, pero es blanco’. Mercedes es insobornable y cuadriculada. ‘Me duele hacerlo pero tengo que hacerlo’, me decía cuando imputó al padre de la amiga de uno de sus hijos”. Sus colegas Paco y Nuria coinciden: “Yo no tendría narices de decirle: ‘Anda, échame una mano en esto o hazme tal favor. No tendría narices”, asegura Paco. “Y yo, si uno de mis asuntos ha caído en su juzgado, he preferido mandar a otro porque te diría que va a perjudicarme, más a que beneficiarme”, asegura Nuria.
Son las ocho de la tarde de un sábado en Sevilla y el sol, que ha caído sin piedad esta mañana de primavera, parece por fin apagarse. El albero tiene el ocre de los cuadros de Van Gogh. Frente a la catedral unos estudiantes entonan una chirigota, la ciudad bulle. Mercedes Alaya se arregla en su casa del barrio de Nervión para salir con sus amigos. Hoy concitará de nuevo todas las miradas y los comentarios en la calle.A Mercedes, la joven enigmática, le está costando digerir a la juez estrella Alaya. Terca, perfeccionista. Tenaz y responsable. No le gusta verse en los medios retratada como una pija y una cursi. La chica inteligente, de buena familia, hija perfecta a laque nadie regaló nada, no acepta que la subestimen. Se exige y exige. Agradece los elogios, pero no encaja las críticas. Ella misma lo confiesa: “Vamos, que tenga yo que aguantar esto por 3.500 dichosos euros…”.Pero sabe que el mundo la mira.
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