Que mete zarpazos no sería una socorrida metáfora africana. Es cierto. Puede dar fe de ello el fotógrafo de The Times, Richard Jones. La sorprendió de compras en Hong Kong junto a su hija y la ex primera dama le golpeó en plena calle mientras le agarraban sus guardaespaldas. Tenía los dedos llenos de anillos con diamantes incrustados y le rajó la cara. En internet están las fotos del hombre acongojado sangrando por los mofletes .
Grace Mugabe acumula incidentes de este tipo. El último, la agresión a una modelo con el cable de un enchufe que le abrió la cabeza. Solo se sabe que estaba con su hijo en una habitación de hotel en Johannesburgo, Sudáfrica. En Kuala Lumpur, Malasia, cogió del cuello a un miembro del personal de aeropuerto. Y en Dubai atacó a varios periodistas a la vez, se hizo con sus teléfonos móviles y los arrojó a un estanque. No se cortaba.
Stephen Chan, autor de Robert Mugabe: A Life of Power and Violence escribió que en el ascenso social que supuso su matrimonio con Robert Mugabe, se convirtió en "una nueva rica que se comportaba como una granjera de Arkansas en París". Ahí vino su primer mote, "Amazing Grace", y alimentó rumores de toda clase, tanto de incidentes como los anteriores y excentricidades varias como de infidelidades e intentos de huida del país. Su relevancia como personaje público era la de un hazmerreír. Nadie importante la veía como un peligro político.
Sobre todo porque sustituía a una gran mujer. Sally Hayfron, la primera esposa de Mugabe, el recién dimitido presidente de Zimbabue tras 37 años en el poder, era apodada amai (madre) por su pueblo. Estuvo a su lado en la larga lucha por la independencia de su país, soportó con aplomo los encarcelamientos de su marido y falleció de una penosa enfermedad consciente, así lo publicaron los medios y lo reconocieron los protagonistas de la historia, de que su marido se la había pegado con su secretaria y ya tenía dos hijos con ella.
"Necesitaba descendencia y esta era la única manera de conseguirla", se excusó Mugabe en los medios cuando su triángulo amoroso salió a la luz. Su hijo con Sally había muerto de Malaria en 1966 mientras él estaba en la cárcel. Pero sabía muy bien lo que decía de cara a la opinión pública.
En la cultura shona, el grupo étnico más grande del país, la procreación es absolutamente prioritaria en toda familia. Hasta el punto de que si un hombre no puede embarazar a su esposa, lo harán sus parientes cercanos, preferiblemente sin que se entere, con el fin de garantizarle descendencia. Se considera una tragedia que un varón muera sin tener un hijo. La tradición le exoneraba por hacer lo que hizo y, en 2013, Mugabe reveló en una entrevista que Sally se hacía cargo del problema y ambos habían llegado a un acuerdo sobre este asunto. Aunque es dudoso que sucediera así.
Pero de esta manera entró en su vida la sudafricana Grace Ntombizodwa Marufu, secretaria y asistenta personal del político, cuarenta años más joven que él. Tuvieron dos hijos extramatrimonialmente, Bona y Robert Jr. y un tercero, Chatunga, ya unidos como Dios manda.
Antes, Grace había estado casada con un oficial de la fuerza aérea que, tras una serie de encuentros con Mugabe, aceptó conceder el divorcio a cambio, aparentemente, de un puesto de agregado militar en la embajada de su país en China.
Naturalmente, todo esto era secreto. La verdad se supo en abril de 1995, cuando la revista Horizon entrevistó al padre de Grace y Zimbabwe supo que ya tenían dos hijos, que se habían casado por un rito tradicional africano y que se había pagado la dote. En las fotos aparecía Bona, con siete años, y el apellido "Mugabe" escrito en la cartera del colegio. Poco después, otro medio, Financial Gazzette, añadió que en la ceremonia civil hicieron de testigos un juez y un ministro. Mugabe montó en cólera.
Primero negó la noticia, los periodistas fueron detenidos, juzgados y condenados. Sin embargo, días más tarde, anunció que se casaría por la Iglesia con Grace. Años después despachó esta contradicción aduciendo: "Hubo periódicos que querían destruir nuestro amor".
La prensa afín, por su parte, dijo que el enlace iba a ser "La boda del siglo", pero así tampoco pudo evitar las polémicas. Mugabe quiso que le casara el arzobispo Patrik Chakaipa, lo que supondría pasar por alto el adulterio. La comunidad cristiana del país se dividió, se dudaba incluso de que Grace estuviese bautizada. Martin Meredith explicó en Mugabe: Power, Plunder, and the Struggle for Zimbabwe’s Future que los sacerdotes de Zimbabwe eran plenamente conscientes de que la religión no le importaba al presidente, pero necesitaba implicar a la iglesia en su segundo matrimonio por motivos meramente políticos. Bajo presiones, Chakaipa tuvo que aceptar oficiar la ceremonia.
En la iglesia de Kutama, lugar de nacimiento del presidente, hubo 12.000 invitados. Mugabe quiso hacer una boda tan grande, con unos invitados tan importantes, que al final el protagonismo se lo llevó uno de ellos, Nelson Mandela, lo que le irritó bastante.
Una vez desposada, Grace comenzó a trabajarse sin descanso otro de sus motes, Disgrace. Compró terrenos del gobierno por siete veces menos su valor, se gastó seis millones de dólares de Zimbabue en construir y la casa se la vendió a Gadaffi por 25 millones. Bien visto el negocio.
Mientras su país afrontaba la segunda mayor crisis de hiperinflación de toda la historia mundial, con un 90% de ciudadanos en paro, Grace daba titulares por sus compras en Londres y París. En The Fear de Peter Godwin, mejor libro de 2011 según New Yorker y The Economist, se cita que Grace dijo que, como tenía los pies muy estrechos, solo podía calzar Ferragamo. En otros medios se le atribuye la hermosa cita: “¿Acaso es delito ir de compras?”
Porque nunca actuó tan impunemente como se cree o pueda parecerlo. Cuando se filtró que su hija estudiaba en Hong Kong, hubo manifestaciones en las universidades de Zimbabue exigiendo que estudiara en las mismas condiciones que ellos. Los heridos se contaron por decenas.
Cuando la Unión Europea decidió cortar las ayudas después de que el jefe de la misión de supervisión de las elecciones fuera expulsado del país por "arrogancia", el eurodiputado británico, Glenys Kinnock, laborista, declaró que las medidas tomadas: "Impedirán que Grace Mugabe siga haciendo sus viajes de compras ante la catastrófica pobreza que está arruinando al pueblo de Zimbabue".
No obstante, ninguna medida puso fin, según cables revelados por Wikileaks, a que siguiera vinculada al tráfico de diamantes, construyera palacios para su familia, una lucrativa granja y lograse adquirir un diamante de 1,3 millones de euros a un empresario libanés. Una transacción que saltó a los medios cuando el empresario llevó a juicio los mensajes WhatsApp que había intercambiado con ella después de que Grace le requisara sus propiedades en Zimbabue. Decían: "Estúpido, no vas a volver a entrar nunca en este país". El motivo: Grace consideraba que el anillo no valía lo pagado y exigió que le devolviera el dinero por las bravas.
Además de supuestos romances con magnates y altos cargos del régimen, estos eran el tipo de titulares que daba la primera dama. Nada que inquietara al medio centenar de integrantes del politburó del ZANU–PF (Zimbabwe African National Union – Patriotic Front) que controla el país. Sin embargo, a mediados de la década pasada, los planes de vida de los Mugabe fueron cambiando.
Había motivos para ello y muy prosaicos. La clave la da Sabelo J. Ndlovu-Gatsheni, de la Universidad de Pretoria, en su libro Mugabeism? History, Politics, and Power in Zimbabwe. Según explica, a las viudas de los altor cargos de Zimbabue no les había ido muy bien hasta entonces. Daba igual qué clase de pactos hicieran, todos fracasaban o se quedaban en situaciones en las que no podían pasar de un techo de cristal.
La de Herbert Chitepo, presidente del partido asesinado en Zambia, solo pudo ser ministra. La de Tongogara, máximo comandante de la guerrilla de liberación nacional (ZANLA) , se quedó con un puesto de trabajo de bajo nivel en el ejército. Según este académico sudafricano: "la mayoría de las mujeres en el ZANU o ZANLA no eran capaces de descifrar la política masculinizada del ZANU-PF".
Un panorama que confirma la escritora, también sudafricana, Sisonke Msimang, que advirtió en el New York Times: "Si su esposo hubiera muerto en el cargo sin asegurar su posición, se habría enfrentado a un futuro incierto, ya sea en la cárcel o en el exilio una vez que comenzara la inevitable depuración después de Mugabe".
De hecho, en 2008, cuando estuvieron a punto de perder el poder, a Grace se le quedaron grabados detalles como los insultos que recibieron sus hijos en el colegio. Y a su vez, el presidente sabía, enfilando los 90 años, que tenía que asegurar la fortuna y la posición de los suyos, lo que pasaba por colocar a su mujer en un puesto destacado entre la elite del régimen. Así que Grace tenía que entrar en política le gustase o no.
Su toque personal empezó a aparecer en múltiples detalles. Primero, la modernización del look. Mugabe dejó en el armario los trajes oscuros para vestirse con ropas de motivos étnicos, coloridas, y las últimas gafas de sol aparecidas en el mercado. Empezaron a vestirse a juego, además, con los colores del partido.
Lo que parecía un anciano decrépito, ahora se movía, agitaba los puños en lo alto y atraía la atención de todos los fotógrafos del mundo con semejantes outfit. Incluso sus discursos habían cambiado el tono. Cuando se refería a sus rivales políticos, en lugar de aludir a sus ideas, comentaba su altura, ponía en duda su belleza o se mofaba si eran gordos. Claro que otra explicación a este giro es que no era más que un anciano asustado. En la calle solo se hablaba de con qué prominentes figuras del país se acostaba Grace, que él ya no estaba para satisfacerla, que en ese matrimonio había "síndrome de cama fría"; complejos que el presidente compensaba con un discurso hipermasculinizado. Ocurría o una cosa u otra o las dos a la vez.
Mientras tanto, el pueblo ya había dictado sentencia. Mugabe era un hombre ilustre, sabio, tenía siete carreras, y un héroe de la independencia, pero su boda con quien entendían que era una joven arribista, le había convertido en un tirano despiadado. La culpa de todo era de ella. No obstante, cuando se casaron, Mugabe ya llevaba diez años aplicando duras políticas liberales y desmontando el sistema socialista que le había dado fama ejemplar en el África de los 80, en la época de prestigio del Movimiento de los Países No Alineados.
La entrada definitiva en política de la primera dama se produjo en el Congreso del partido de 2014. Su víctima confirma la maldición de las viudas en Zimbabue. Era Joice Mujuru, vicepresidenta y viuda de Solomon Mujuru, antiguo líder de la guerrilla y hombre más temido de Zimbabue hasta su muerte. Falleció en 2011 y sin él al lado Joice ya no pudo mantener su posición. Iba para sucesora del presidente.
En una gira de 90 días antes del Congreso, "Meet the People Tour", Grace la atacó sin miramientos con lindezas como que no entendía cómo se atrevía a llevar minifaldas con ese cuerpo tan desagradable que tenía. Estaba tan fea, exclamó, que "ni los perros ni las pulgas molestarían a su cadáver".
También la apodó "Dr.10%". "Doctora", porque, como ella, acababa de recibir el título de PhD con sólo dos meses matriculadas en la universidad. Y "10%", porque la acusaba de cobrar comisiones de los inversores extranjeros. En cuanto pronunció el apelativo, las pancartas de las manifestaciones en la calle contra la vicepresidenta aludían todas al 10%.
Además, Grace dijo: "Un doctorado es un título en la pared, lo importante es el respeto del pueblo" para que, a continuación, en la prensa afín diversos testigos desmontaran la leyenda de que, en la guerra, Joice había derribado un helicóptero estando embarazada. Su gran patrimonio heroico revolucionario desapareció vergonzosamente.
Tras el Congreso, Grace entró en el politburó. Ocupó el puesto de secretaria de asuntos de la mujer. Y lo hizo "brillantemente", porque el sustituto de la defenestrada Joice fue un hombre, Emmerson Mnangagwa, lo que rompía con las cuotas de paridad exigidas por la institución que presidía.
Pero la mayor demostración de poder fue un detalle sutil. Durante el discurso de Mugabe en el Congreso, le pasó una nota a su marido y este, ante todo el auditorio, reconoció que su mujer le había pedido que abreviase y se sentara de una vez. A lo que añadió que era prudente hacerle caso porque así era como le trataba también en casa.
Jabulani Sibanda, un veterano revolucionario, se quejó de que se estaba produciendo un "golpe de dormitorio" y que "el poder no se transmite sexualmente". Fue purgado y arrestado. En total, cayeron 9 de 10 presidentes electos de provincias, 100 de 160 diputados y 10 miembros del politburó.
Desde ese momento, se desencadenó una lucha por el poder sin cuartel. En febrero de 2016, el presidente del parlamento dudó de la salud mental de Grace. En marzo, su mayor enemiga, Espinah Nhari,veterana de guerra, murió en un accidente de coche días después de denunciar ser objeto de una persecución.
Y en diciembre, llegó la gran exclusiva. Zimbabwe Today publicó la ficha de Grace en los servicios secretos. Un seguimiento que empezaba en 1985, cuando los agentes reportaron que la secretaria del primer ministro: "se acuesta con Mugabe a pocas puertas de la habitación de Sally". En los documentos se detallaban los abortos que sufrió, los tratamientos de fertilidad de Mugabe y que Sally, al conocer toda la historia, intentó escapar a Ghana, pero no la dejaron. Y lo más grave, los problemas de estrés y la depresión que sufrió fueron la causa de sus problemas en el riñón que le costaron la vida.
A Grace se le adjudicaron al menos dos amantes y, con el más poderoso de ellos, el magnate televisivo James Makamba, se contaban un mínimo de 20 encuentros sexuales en 2004, al margen de que ambos poseían empresas en el exterior. Makamba tuvo que huir del país y denunció posteriormente amenazas cuando intentó volver a visitar a una hermana en su lecho de muerte.
Los sucesos de 2017 que siguieron son bien conocidos. La primera dama se postuló para suceder a su marido, con las desafortunadas declaraciones en un mitin en Buhera delante de miles de personas donde dijo que los ciudadanos de Zimbabue eran "estúpidos", que votarían lo que se les dijera que votasen: "Si el presidente Robert Mugabe se muere, y les dicen que voten por su cadáver, lo harán felices".
En julio, el accidente de tráfico lo tuvo ella, pero sobrevivió. En noviembre, se destituyó al vicepresidente Emmerson Mnangagwa, que había sido durante 10 años jefe de los servicios secretos. Pero Grace se encontró con un golpe de estado de vuelta.
Su marido acaba de ser obligado a renunciar poco antes de cumplir 30 años en lo más alto del poder este mes de diciembre. Un relevo en el poder que ha sido legitimado por las instituciones. El Tribunal Supremo ha fallado que el golpe es legal.
Las últimas noticias son que Mnangagwa ha garantizado seguridad a los Mugabe, pero en las manifestaciones que se han producido estos días en la capital se exige que se investiguen y se juzguen los delitos financieros de Grace. Aunque Robert Mugabe muera tranquilo, Grace debe seguir pensando en lo mismo que hace cinco años: la maldición de la viuda.
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