|EXCLUSIVA| María Diéguez, la mujer española de Joseph Fiennes: Pensé que salir con un actor me daría problemas

"Conocí a Joe en un restaurante italiano, en Taormina. Yo tenía mi mesa reservada y él estaba sentado justo enfrente, con un amigo mío. Lo miré a los ojos y pensé: ‘Guau’. Nuestros spirits se juntaron. Hubo una fusión muy fuerte. Fue químico”, recuerda la española María Diéguez (Berna, Suiza, 1982), esposa del actor Joseph Fiennes, protagonista de la aclamada serie El cuento de la criada. Aun así, la unión de estas dos almas no fue fácil. Al principio, María no sabía quién era ese chico del que había conseguido tambalear sus cimientos con solo una mirada. Cuando lo descubrió, se agobió. “Pensé que salir con un actor solo me daría problemas”.

Después de ese mágico encuentro, pasaron una semana viéndose a diario. Él era imagen de los relojes de la marca de joyería Harry Winston, para la que ella trabajaba de modelo. “Quedábamos todas las mañanas a las 9:30 para desayunar un granizado de café y un brioche. Luego, por la noche, volvíamos a cenar a la mesita del italiano”. Era el año 2004. Él tenía 34 años; ella, 22. Eran jóvenes, guapos y despreocupados. El sol brillaba en Sicilia. Se miraban, se buscaban, se encantaban. “Pero no pasó nada. Ni un besito”.

La brisa de la Tramuntana acaricia la melena negra de María. Estamos en plena sierra de Mallorca, en un finca perdida en medio del monte. Una propiedad con una elegante casa de tres plantas de piedra blanca y contraventanas verdes, y amplio jardín con piscina. Hasta aquí hemos llegado por una sinuosa carretera escondida bajo los pinos. Las vistas desde la terraza principal son hipnóticas. Casi tanto como la sonrisa de María. Perfecta. Es la primera vez que la modelo ofrece una entrevista y lo hace en exclusiva para Vanity Fair. Su marido no se ha podido unir: “Está rodando en Roma”. Conseguirlo no ha sido fácil. Tanto ella como Joseph son muy celosos de su intimidad. Más aún en Mallorca, donde han establecido su refugio: “Nos encanta estar en casa y celebrar. Invitar a la familia y los amigos”. Es habitual verlos pasear por Palma. Sencillos. Discretos.

La pareja está vinculada a esta propiedad desde hace 10 años y aquí, hace siete, nació su segunda hija, Isabel. “No me puse epidural. Joe estaba conmigo. Fue un momento muy espiritual. Nos unió mucho como familia”, recuerda. Su hija mayor, Eva, tenía 14 meses y también estaba en la casa. “Se fue a jugar con la nanny, se lo pasó pipa y cuando volvió tenía un regalito”. Eva, de nueve años, e Isabel, de siete, son las dos hijas de esta pareja que se casó en Sicilia en 2009, después de superar un año de distancia y batiendo récords de facturas telefónicas.

“Cuando nos despedimos en Taormina, cada uno se volvió a su ciudad”, continúa María recordando cómo comenzó su relación. Él a Londres, donde vivía. Ella a Berna, la ciudad suiza donde nació y donde estaba cursando sus estudios de Economía, que luego cambió por Bellas Artes. “Entonces no había ni Facetime ni WhatsApp, así que hablábamos por teléfono. Nuestras facturas se dispararon. Salía más barato un billete de avión. Hasta que un día me dijo: ‘Voy a Ciudad del Cabo a rodar una película. ¿Te vienes conmigo?”. María iba para una semana y se quedó un mes.

Y fue allí, en un restaurante de Sudáfrica, donde la española observó un gesto del actor que hizo que se rindiera definitivamente. “Había muchos niños pobres por la calle y cuando nos sentábamos en un restaurante nos miraban fijamente desde el otro lado del cristal. Yo me desesperaba y un día Joe me dijo: ‘Vamos a invitarlos a comer’. Cuando vi la mesa llena de niños pidiendo helados y Coca-Cola, cuando descubrí su bondad, me enamoré”. A su vuelta a Europa, la pareja se instaló en el casco antiguo de Berna. Pasaron 12 meses escuchando Edith Piaf, bebiendo vino tinto y cocinando juntos su plato favorito, lentejas: “Parecía París en los años veinte”.

María conocía bien esa ciudad. En ella se había criado después de que sus padres emigraran a esta metrópoli en los setenta: “Como tantos otros españoles”. No fue su primer destino lejos de su Galicia natal. Antes, su madre, Oigna, se había ido con 17 años a trabajar de costurera a París. Su padre, Gerardo, había vivido en Hamburgo (Alemania), donde instalaba postes para la electricidad. Tras regresar a sus respectivos pueblos, se casaron y, aún jovencísimos, pusieron rumbo a Suiza. En el país helvético comenzaron una dura vida como emigrantes.

Ella trabajaba como enfermera; él, de pastelero en una confitería. “Le encanta cocinar. Lo hace muy bien. Sobre todo los dulces. De pequeña comía los mejores”. Al poco tiempo, el matrimonio tuvo a su primera hija, Mercedes, 13 años mayor que María. “Somos las mejores amigas. Hablamos cada día”. Merche nació en Galicia y de los cuatro a los ocho se crio con su tía Lola, en Barcelona. “Ella no pudo tener hijos y mis padres trabajaban. Además, su idea siempre fue volver a su tierra”.

Cuando nació María, la situación de la familia era más estable. Mientras Merche estudiaba en el Liceo Francés, María lo hizo en un colegio alemán. “Una, Molière; la otra, Goethe. ¿Por qué? No lo sé. Siempre se lo pregunté a mi madre”. De aquella época, María recuerda que ella era la rara. “En mi colegio todas eran rubias con ojos azules. Yo tenía un nombre diferente, un color de ojos diferente. Sufrí acoso y racismo. ‘Go back to your country’, me decían. Pero mi madre me dio el mejor consejo: ‘Imagínate que tienes un triángulo de ancestros detrás de ti. Ponte fuerte y camina. Míralos a los ojos. Como si nada”.

Mientras recuerda su infancia, María nos mira a los ojos. Es una mujer sencilla que rehúye las fiestas y los cantos de sirena de Hollywood y resulta algo naif cuando defiende que “ser buena persona debería estar de moda”. También cuando recuerda fascinada las dos personalidades que más le han impactado. “Me crucé con Nelson Mandela en el ascensor cuando Joe estaba en Sudáfrica rodando Adiós Bafana basada en el líder sudafricano. También me impresionó el papa Francisco cuando estuvimos en el Vaticano, en una recepción con más gente”. Cuando habla en inglés parece inglesa. Cuando lo hace en francés, francesa. Y podría pasar sin problema por suiza-alemana. “Crecí hablando schwyzerdütsch. Es un idioma propio. Los alemanes no lo entienden”. Su dominio de las lenguas es profundo y las alterna sin esfuerzo: “Tener un bebé natural es empowerment”, “Me encantaban las tartas de cremeschnitte”, “La unión c’est la force”.

Durante la sesión de fotos, su talante reservado y titubeante se transforma y seduce a la cámara ajena a las miradas. Se nota su pasado como modelo, una profesión que ejerció como hobby con el fin de ganar algo de dinero durante su época de estudiante. La fotografía es otra de sus pasiones. Además del formato digital, que controla y practica desde hace tiempo —es autora de la portada de Glamour UK con un reportaje de la actriz Yvonne Strahovski, la esposa de Fiennes en El cuento de la criada—, hace siete años descubrió la ambrotipia, un procedimiento fotográfico usado a mediados del siglo XIX que se utiliza sobre todo para retratos. “Me lleva mucho tiempo, pero es apasionante”. En la casa, decorada con un gusto exquisito, descansan aquí y allí algunas de esas cámaras antiguas, auténticas reliquias.

Más allá de la fotografía, María se dedica a su familia. Sus niñas son su prioridad. “Tendría otro hijo, pero solo tengo dos manos”, asegura. Siete meses al año viven en Canadá, donde su marido rueda El cuento de la criada, la serie de HBO que en 2017, cuando se lanzó, ganó ocho premios Emmy y dos Globos de Oro, entre ellos a la mejor serie. Este verano se ha emitido la tercera temporada. “Cuando un proyecto funciona es como ganar la lotería. Tú te expones, pero nunca sabes si va a tener una recompensa ni cómo va a reaccionar la gente”, cuenta María, que se declara fanática de Margaret Atwood, autora de la novela en la que está basada la serie. Ha leído sus libros y animó a su marido a coger el personaje: “If it’s her, go for it!”. Eso sí, no ha sido capaz de ver ningún capítulo. “No puedo. Pero conozco el personaje de Joe por los libros”, asegura en alusión al gran villano que interpreta. Joseph no es el único actor de su familia. Su hermano Ralph es uno de los intérpretes más alabados de Hollywood, protagonista de La lista de Schindler y El paciente inglés, entre otros.

La afición de los Fiennes al arte les viene en parte a través de su madre, Jennifer Lash, fallecida de cáncer de mama en 1993. Jini fue una discreta escritora que publicó siete libros y motivó a sus siete hijos para que persiguieran sus sueños. Así, además de Ralph y Joe, Sophie es cineasta; Magnus, compositor; Martha, directora de cine; Jacob, guardabosques; y Michael, a quien adoptaron cuando tenía 14 años, arqueólogo. El amor por la fotografía de su padre, Mark Fiennes, también influyó en sus hijos, aunque tras ejercer de agricultor y fotógrafo, tuvo que buscar un trabajo que diera de comer a su prole. Terminó restaurando casas en ruinas para revenderlas. “Se mudaron en 17 ocasiones. Los padres de Joe, como los míos, fueron unos luchadores”.

El cuento de la criada ha relanzado la carrera de Fiennes, que conoció la fama muy joven gracias a Shakespeare in Love (1998), sin duda uno de sus grandes éxitos. “La fama es lo que menos me gusta de él. Ser famoso implica hacer un pacto con el demonio. La gente cambia mucho con ellos”. Quienes acaban de descubrir que Joseph es una celebridad son sus hijas. “Creían que era piloto, porque cuando veía un avión les decía señalando el cielo: ‘Daddy is coming”. Pero hace unos meses Eva llegó un día del colegio y le comentó a su madre sorprendida: “Apparently daddy is famous!”. “Estaba muy disgustada de tener que compartir a su padre con el resto de la humanidad”

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