En sus orígenes, las palabras "libro negro" (black book, en inglés) hacían referencia a cualquier volumen con las tapas de ese color, aunque pronto empezaron a describir también lo que había dentro. Uno de los primeros ejemplos documentados data del siglo XII y aparece en el Dialogus de Scaccario, un tratado medieval que incluye The Black Book of Exchequer, algo parecido a un libro de cuentas en el que se apuntaban, entre otras cosas, deudas y morosos. El color hablaba de algo que era mejor ocultar porque contenía algún secreto, una información que solo debían saber unos pocos y en ocasiones, también listas de delincuentes o convictos.
Un ejemplo de black book que forma parte de la Historia, en este caso también de Inglaterra, fue el que mandó escribir Enrique VIII recogiendo las “conductas censurables” que encontraron sus funcionarios, enviados como inspectores, en las iglesias católicas. El recuento de esas faltas fue lo que usó el monarca para justificar la ley de 1536 con la que disolvió los monasterios y traspasó sus propiedades a la Corona, reafirmando así su condición de nueva cabeza de la iglesia en su país.
Esa connotación negativa llega hasta una actualidad marcada por el nombre de Jeffrey Epstein, cuyo little black book puede contener información relevante para aclarar uno de los mayores casos de tráfico sexual de menores. El responsable de que conozcamos el contenido fue su mayordomo. Alfredo Rodríguez declaró en la primera causa contra su jefe en 2008, pero se guardó para él la pequeña agenda negra en la que su empleador apuntaba los nombres de todos los famosos y poderosos que conocía. La intentó vender por 50.000 dólares, pero su comprador resultó ser un agente encubierto del FBI. Por negarse a entregarla, pasó tres años en una prisión federal, tres veces más que los 13 meses que cumplió Epstein.
De la Edad Media a ‘El príncipe de Bel Air»
La denominación black bookviajó por los siglos manteniendo esos significados, al que se sumó en el siglo XX, aunque en diminutivo, el de "agenda de ligues". Una de las primeras producciones artísticas que recoge ese sentido es una canción de 1962 del cantante de country Jimmy Dean, autor de “Little Black Book”, un tema en el que empieza lamentándose porque su chica no quiere volver a verlo. Sigue así: “Lo que mi baby no sabe es que eso me ha pasado media docena de veces. De lo que no se da cuenta es de que, con solo una llamada yo podría conseguir otra chavala voluble.” Y este es el estribillo: *“Con un poco de suerte y mi pequeño libro negro / tendré otra antes de que se ponga el sol”.
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En el caso del librito de Epstein, esa acepción tiene también mucho sentido, pues una de las entradas que más se repite en ese cuaderno es "Masaje" escrito junto al nombre de la ciudad donde tuviera una casa o un negocio y "masajistas" es como contó Rodríguez que se refería a las chicas a las que invitaba, aunque según el sirviente, todas aparentaban edad de ir al instituto más que de trabajar.
El cariz mágico –conseguir una chica complaciente y de su gusto con un simple telefonazo– que tenía la agenda de Jimmy Dean también aparece en el little black book con el que los adolescentes españoles de los 90 se familiarizaron con el término. Fue con la emisión de series estadounidenses como El príncipe de Bel Air, donde Will Smith presumía de su librito negro, al que él llama chicktionary, resultado de unir las palabras chick (chavala, pava, tía) y diccionario, y fue uno de los términos pegadizos más repetidos por los seguidores de la serie. En esas páginas, el protagonista anotaba el nombre de las chicas con las que ha salido y a las que recurría cuando tenía ganas de marcha, como si adquiriera un producto gratis, rápido y por catálogo: uno que además, contiene valoraciones sobre el físico y la disposición –sexual, claro– de esas mujeres.
En el episodio 11 de la quinta temporada, que ahora se puede volver a ver en Netflix, Will le regala el librito a su primo Carlton, menos afortunado en lo que a ligar se refiere. La serie es una comedia y así hay que verla, pero la secuencia de la entrega da mucha información sobre cómo percibían los chicos ese objeto: “¡Nunca revelaré los secretos que contiene!”, le hace repetir Will a su primo, que al recibirla grita envuelto en una aureola de luz “¡Puedo sentir el poder!”. Esa es la clave: poder. "Cuando tu grupo humano lleva tantos años detentando el poder, cuando los genios, los héroes, los que importan, los que están en los libros, los que son individuos, no parejas de, amantes de, madres de, esposas de, los que toman las decisiones se parecen tanto a ti, algo cala". Lo dice Nerea Pérez de las Heras en Feminismo para torpes y explica perfectamente qué es lo que hace creer a los hombres que pueden listar mujeres, evaluarlas y disponer de ellas como si fueran ítems de un inventario.
Cosas de chicos
También en clave de comedia aparece el librito negro en Friends, otra serie de los 90 recuperada. En ella, sus guionistas lo ponen en manos de una de las protagonistas femeninas, Phoebe, que después de que su novio le pida matrimonio, decide regalárselo a Rachel. “Ya no la necesito y como tú estás soltera…”, dice emulando un patrón que hasta entonces habían desempeñado protagonistas masculinos. Cinco años antes, en Cuando Harry encontró a Sally, Carry Fisher también intenta ayudar a Meg Ryan con un rolodex que contiene los teléfonos de todos los solteros de Nueva York, pero el objetivo no es el sexo, sino el matrimonio: "Digo que el hombre ideal para ti, podría estar ahí [en el rolodex] ahora mismo. Si no lo coges, otra persona lo hará. Y pasarás el resto de tu vida sabiendo que otra está casada con tu marido".
Por eso la escena de Phoebe en Friends, en la que incluso insinúa un encuentro sexual con la banda de rock Jetro Tull al completo, es casi una excepción, pues el reflejo que ha dado la ficción ha sido el de la realidad: que la chorbagenda es un objeto eminentemente masculino. Como también se ve en Little Black Book, una película de 2004 protagonizada por Britanny Murphy y Helen Hunt, en la que la primeraindaga en el librito negro de su chico para saber cómo eran las mujeres con las que estuvo antes que con ella.
Porque ese contar, puntuar y coleccionar mujeres, no en la memoria sino grabadas, ordenadas y guardadas en unas páginas que se convierten en fetiche, es una manera de medir y contemplar la hazaña. Es algo que hacen con frecuencia los integrantes de la manosfera, por eso no es casualidad que donde más se encuentra el término chorbagenda, a pesar de que su moda empezó y casi terminó hace 30 años, sea en Forocoches. Esa actitud es casi dogma para los autodenominados "artistas del ligue", que se agarran a El arte amar, de Ovidio, para justificar determinadas técnicas de seducción, pero obvian aquellas partes que no les convienen. Como esta en la que el autor latino afea a otros hombres que fanfarroneen sobre sus conquistas: “Hay sujetos que fingen cosas que negarían si fuesen verdaderas, y se vanaglorian de que ninguna les ha negado su favor, y si no mancillan los cuerpos, afrentan los nombres y ponen en duda la reputación de mujeres honradísimas.”
Esa misma actitud tenía Epstein, que en su cuaderno juntaba a millonarios, famosos, royals y conquistas que no eran tales, pues los relatos de las denunciantes hablan de dinero, coacción, violencia y amenazas para conseguir llevarlas a la cama. A unos y a otras los mezcló en el mismo documento, una correlación de nombres, direcciones y teléfonos aparentemente informativa. Pero era algo más que eso. Lo corrobora que ni el mayordomo, ni los investigadores se refieren a él con ninguno de los nombres que se pueden usar en inglés para decir agenda: diary, notebook, address book… sino con little black book , un tipo de bloc que oculta una información comprometida que, como la violencia machista, ha dejado de ser una cuestión privada.
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