El lujoso hotel de Biarritz donde se hospedaba la reina Victoria Eugenia y que acoge la reunión del G7

Una de las visitantes más queridas fue la actriz austriaca Romy Schneider, cuando en 1980 rodó la película La Banquière. También Michelle Pfeiffer se hospedó en el hotel mientras protagonizaba Chéri, de Stephen Frears, basada en la novela de Colette.

A veces, solo a veces, cuando decimos aquello de que visitar un lugar determinado es como realizar un “viaje en el tiempo” estamos diciendo la verdad más estricta. Esto es lo que ocurre cuando uno entra en el Hôtel du Palais, ubicado en la localidad vasco-francesa de Biarritz.

En realidad, uno se siente así incluso antes de entrar, mientras se aproxima a esos muros rojizos con ornamentación clasicista que condensan lo mejor de la arquitectura “Beaux Arts” del siglo XIX, y el mozo de la puerta se apresura a hacerse cargo del equipaje. Pero es una vez dentro cuando el impacto se hace definitivo: desde el parqué del suelo hasta la última lámpara de cristal que cuelga del techo, pasando por molduras, espejos, empanelados, bronces y mármoles, todo luce impecable pero “vivido”, como si estuviéramos en 1860 y el Segundo Imperio francés se encontrara en su apogeo. Ninguna sensación de decorado, es decir, de falsedad.

Valérie Galan, directora de ventas del hotel, explica desde su sonrisa perenne cómo logran preservar el interiorismo en perfecto estado de revista: “Tenemos un taller que trabaja para nosotros fabricando muebles. Cada año, por ejemplo, renovamos una media de seis habitaciones, lo que tiene un coste de entre 90.000 y 300.000 euros por cada una de ellas”. Seguimos a Madame Galan en un “tour” por el edificio. Nos cuenta que el hotel acoge 145 habitaciones, de las que 55 son suites. Dos de ellas, los apartamentos “Alphonse XIII” y “Édouard VII”, poseen la categoría de “reales”: la visita que hacemos a la primera de ellas nos deja sin aliento. Compuesto por un gran salón, un comedor separado, dormitorio y baño (con su propia sauna) , todo ello decorado en muy decimonónicos tonos burdeos, se abre a una enorme terraza sobre el océano. Recomendamos contemplar la playa, con sus bañistas y surferos, desde esa terraza: su autoestima saldrá de la experiencia bastante reforzada.

El bar, el Salón Imperial –antigua sala de baile, con sus techos a siete metros de altura y sus pinturas murales alegóricas-, los dos restaurantes en sus tres comedores -estrella Michelin incluida–, la piscina “californiana” y el balneario –asociado a la marca Guerlain y tres veces nombrado mejor spa de Europa por Condé Nast Traveller– son otros de los hitos que jalonan el recorrido.

Hay en él dos elementos que se hacen omnipresentes. Uno es el mar: desde cualquier ubicación resulta casi imposible no tener una visión del Atlántico o escuchar el rumor de las olas. Y el otro es la pareja formada por el emperador Napoleón III y la emperatriz Eugenia, a la perpetuación de cuya memoria parecen destinados los detalles decorativos. Los más evidentes son los retratos al óleo que cuelgan en las escaleras y el comedor principal. Pero hay muchos otros: en las tazas y platos de Bernardaud, en alfombras, cortinas, menús, albornoces, e incluso en la memoria USB que me entrega Madame Galan figuran las iniciales “NE”, o la abeja emblema de los Bonaparte y su imperio, o las efigies del matrimonio, o bien varias de estas cosas. Y en el baño de cada habitación, entre las amenities de rigor, reposa un frasco de “L’eau de cologne impériale”, fragancia creada por Guerlain para –lo han adivinado- la emperatriz Eugenia.

Hay que aclarar que semejante derroche de fetichismo imperial no es gratuito, ya que Napoleón III y Eugenia de Montijo no sólo construyeron el edificio que dio origen al Hôtel du Palais, sino que en realidad convirtieron a Biarritz en lo que hoy es.

Sobrino de Napoléon Bonaparte, Napoleón III fue presidente de la República y después, golpe de Estado mediante, emperador de Francia. Su esposa Eugenia nació en Granada, hija de un Grande de España. Sus súbditos hicieron de “la española” un temprano icono de estilo. Y como todos los iconos creó divisiones: algunos admiraban su gusto y belleza –el pintor Wintherhalter y el modisto Worth fueron grandes ayudas–mientras otros la detestaban, acusándola de ejercer una excesiva influencia en los asuntos de Estado y de suplir la escasez de pedigrí con exceso de catolicismo. En 1854, tras una visita a la costa vasco-francesa, la pareja imperial decidió convertir Biarritz en la residencia de su “villégiature” (veraneo) . En sólo diez meses, se erigió sobre el peñasco junto al faro un suntuoso edificio que fue bautizado como “Villa Eugénie” en honor a su propietaria. Así que durante los veranos del Segundo Imperio el palacio recibió las visitas de innumerables miembros de la realeza, la nobleza y la alta política internacional. Y Biarritz se convirtió en Biarritz.

Alexandre de la Cerda, historiador francés de ilustre linaje ruso-español, nos habla en el bar del hotel de aquellos tiempos dorados. Comienza describiendo el fastuoso recibimiento que se dispensó en Villa Eugénie a la reina Isabel II de España y a su hijo, el futuro Alfonso XII, en 1865. “ Aunque quizá el acontecimiento históricamente más importante tuvo lugar cuando el primer ministro prusiano Otto von Bismarck vino para conseguir que Napoleón III se comprometiera a permanecer neutral en su conflicto con Austria, cosa que consiguió”.

Al parecer, esto no hizo mucha gracia a Eugenia, enemiga natural de la protestante Prusia, que corrió al despacho de su esposo a pedirle explicaciones. “No se sabe muy bien qué ocurrió entonces pero, cuando salieron del despacho, en el suelo de la estancia quedó el gran sombrero de Eugenia todo abollado; puedes imaginarte el momento, con Eugénie arrojándolo y pisoteándolo llena de ira”. Bismarck tenía otro incentivo para viajar a Biarritz, y eran sus encuentros con una amante casada, la princesa Orloff, con la que solía nadar en la playa.

Durante una de esas jornadas de baño, la pareja adúltera estuvo a punto de ahogarse y hubo de ser rescatada por el farero, un tal Lafleur, y por el alcalde de la ciudad, el doctor Adema. “Las corrientes aquí son muy traicioneras”, asegura Monsieur de la Cerda. “Yo, que prácticamente aprendí a nadar antes que a andar, las he pasado moradas alguna vez”. En todo caso, el rencor de Eugenia hacia Bismarck debió ser duradero, porque se dice que fue ella quien alentó a su esposo a emprender la guerra franco-prusiana que, tras el desastre final de la batalla de Sedán en 1870, tendría entre sus consecuencias el fin del sueño imperial y el exilio de la pareja. Napoleón murió en Londres tres años más tarde, pero su viuda lo sobreviviría casi medio siglo.

Villa Eugénie fue comprada por la Banque Parisienne y convertida en un casino, y después, en 1893, en un hotel, ya bajo el nombre que hoy posee. En 1904 sufrió un incendio y fue reconstruido respetando el estilo original y aún agrandado. Los últimos coletazos de la “belle époque” reunieron allí a Eduardo VII de Inglaterra, a Elisabeth de Austria (“Sissi”) , a la emperatriz María Fiódorovna o a nuestro Alfonso XIII, que disfrutaba conduciendo a velocidades entonces vertiginosas –no se crean: de 30 kilómetros por hora para arriba–, por lo que un policía poco informado (o quizá tan astuto como republicano) pretendía multarlo en la cercana Bayona.

Entre carrera y carrera, el rey español tuvo tiempo de conocer en los salones del hotel a la joven princesa británica Ena de Battenberg, casualmente ahijada de la ex emperatriz Eugenia y sobrina de Eduardo VII. En 1906, Ena se convertía en la reina Victoria Eugenia al casarse con Alfonso. Más tarde, según nos cuenta Monsieur de la Cerda, el monarca seguiría utilizando Biarritz como escenario de sus encuentros amorosos, esta vez con algunas de sus amantes. “El único que sabía en todo momento su paradero exacto era el alcalde de Biarritz, Joseph Petit, así que cuando el gobierno de España necesitaba al rey para algún asunto urgente, se hacía una llamada a Petit y él lo localizaba”.

Por aquellos años, otro momento cumbre tuvo lugar cuando el rey inglés Eduardo VII, que debía nombrar a su nuevo primer ministro coincidiendo con el veraneo, en lugar de regresar a Londres como habría sido razonable hizo al liberal H. H. Asquith viajar hasta el sur de Francia y allí procedió a la solemne ceremonia de nombramiento: tal muestra de real molicie no gustó nada en su país. Pero es que se estaba tan a gusto en Biarritz…

El maharajá de Kapurthala, la reina Natalia de Serbia, Maurice Ravel, Sarah Bernhardt, Coco Chanel, Jean Cocteau, Wallis Simpson y el duque de Windsor, Winston Churchill, Buster Keaton, Ava Gardner, Gary Cooper… Todas estas celebridades y muchas otras pasaron por el hotel en los años siguientes. También los rusos: Biarritz ha sido siempre un imán para la aristocracia de ese país. “El músico Ígor Stravinsky no: él venía a Biarritz, pero era demasiado pobre para alojarse en el du Palais; quien sí se quedaba era el pianista Arthur Rubinstein, y aquí se encontraban los dos amigos”.

Una de las visitantes más queridas fue la actriz austriaca Romy Schneider, cuando en 1980 rodó la película La Banquière. También Michelle Pfeiffer se hospedó en el hotel mientras protagonizaba Chéri, de Stephen Frears, basada en la novela de Colette. Las dependencias del Hôtel du Palais servían de decorado a una escapada de la cortesana Léa de Lonval –el personaje de Pfeiffer-, sin que apenas hubiera que cambiar nada de la decoración real. “De todos modos”, nos explica Madame Galan, “no solemos aceptar muchos rodajes, porque a veces son difíciles de compatibilizar con la comodidad de los clientes, que es nuestra prioridad”. Más recientemente, Jude Law, Bruce Springsteen o Shakira han sido otros huéspedes ilustres.

Un dato más: al igual que el María Cristina de San Sebastián, el Hôtel du Palais es propiedad de la ciudad en la que se ubica. Fue en los años cincuenta del pasado siglo cuando un alcalde de Biarritz llamado Guy Petit (hijo de Joseph Petit) , hombre inquieto y dotado de excelentes contactos, consiguió que el ministro de Economía aprobara la compra por el ayuntamiento. Monsieur de la Cerda, que es una enciclopedia parlante, sigue contándonos anécdotas, como cuando él mismo vio con sus ojos infantiles la entrada del emperador de Etiopía, Haile Selassie, con su cortejo; o cuando el marqués de Arcangues, anfitrión de las mejores fiestas de la costa vasca, le cortó el pelo a Frank Sinatra en la piscina; o cuando el príncipe Carlos de Inglaterra llevó al hotel a los alumnos de la escuela de arquitectura que él patrocina.

Pero aquí ningún personaje es tan recordado como Eugenia, la emperatriz española de todos los franceses, que falleció a los 95 años en Madrid mientras era alojada por los Alba en el palacio de Liria. Su hermana Paca y su cuñado el duque –con quien se decía que habría querido casarse– habían muerto décadas atrás. Ella siempre declaró su amor por Biarritz y por la casa que allí construyó, aunque tras venderla nunca volviera a alojarse en ella. Hoy le queda la satisfacción de que un gran retrato suyo sea admirado por los huéspedes que desayunan cada mañana en el magnífico comedor del Hôtel du Palais.

Porque, al menos en pintura, parece contemplarnos con benevolencia.

Artículo publicado el 14 de octubre de 2016 y actualizado el 23 de agosto de 2019.

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