Con motivo del 35º cumpleaños del príncipe Harry, recuperamos el reportaje sobre su figura que publicamos en el número de noviembre de 2017.
Subido a un escenario frente a un público multitudinario, el príncipe Harry saluda a la afición. Vestido con un impecable traje azul de la sastrería londinense Gieves & Hawkes, una impoluta camisa blanca y su característico pelo rojo, revuelto de una forma aparentemente casual, arranca el discurso de apertura de los Juegos Invictus en Toronto con aplomo. Sabe que es el centro de atención, no solo en este auditorio, sino en el resto del mundo. Hoy va a consagrarse como el verdadero heredero de su madre, la Reina de Corazones, quien se ganó el cariño del público defendiendo causas humanitarias. Además, Toronto es el lugar de residencia de su novia, la actriz californiana Meghan Markle, quien rueda allí desde 2011 el exitoso drama legal Suits. En la serie, ella protagoniza a una sexy abogada.
La prensa de todo el planeta está tan pendiente de las palabras de él como de la aparición de Markle entre el público: “Hello Toronto. Bonsoir Canada. Merci beaucoup pour votre…”. De pronto, pronunciar la frase completa le resulta difícil y se traba. Su intención era decir “Gracias por vuestra hospitalidad” en francés, pero no es capaz. Se desatan carcajadas entre el público enfervorecido, en el que, efectivamente, se encuentra Markle.
Perdida entre la masa, vestida con una discreta cazadora de cuero granate, intenta pasar desapercibida en una audiencia compuesta esencialmente por veteranos de guerra que han sufrido lesiones graves durante sus misiones. Ellos son los deportistas que competirán en estos juegos, una especie de paralimpiada que se celebra desde 2014 en diferentes lugares del mundo gracias al príncipe, quien durante 10 años fue oficial del Ejército del Aire en activo y participó en dos misiones en Afganistán. Cuando abandonó el cuerpo, decidió poner en marcha esta iniciativa. “Precisamente porque fue soldado tiene ese vínculo tan fuerte con otros hombres y mujeres que han estado en las milicias. Sabe por lo que han pasado, sabe cómo piensan porque él es uno de ellos”, me cuenta Edward Parker, el presidente de la ONG Walking with the Wounded, que, como los Juegos Invictus, promueve expediciones con soldados que han sido heridos en misiones militares.
“Cuando convives con él en un ambiente de intimidad, es humilde y normal, una persona como tú o yo. La mayor parte de la expedición íbamos tapados hasta las orejas. A mí me era imposible saber quién era él: trabajaba y se involucraba exactamente igual que los demás”, rememora Parker, quien viajó con el príncipe al polo sur en 2013. La misma versión me ofrece el brigada Jaco van Gass, quien participó en esa expedición y en los Juegos Invictus del año pasado en Orlando, bajo el auspicio personal de los Obama. Él insiste en otra cualidad personal de Harry: su simpatía. “Siempre se esfuerza por mantener alta la moral de todo el mundo y hacer reír: por las noches venía por las tiendas de campaña a traernos un trozo de pastel que él mismo había descongelado para los compañeros”.
Parece mentira que este chico empático y entregado que hoy habla ante un público multitudinario sobre la importancia del deber sea el mismo que en 2002 protagonizó un escándalo mediático por haber fumado porros dentro de la residencia de su padre, el mismo que en 2015 fue sorprendido vestido como el mariscal Rommel (esvástica en un brazo incluida) en una fiesta de disfraces o el mismo que en 2012 participó en una bacanal salvaje en Las Vegas, de la que transcendieron fotos de él desnudo.
El príncipe Harry fue durante casi una década el terror de la casa Windsor, un rasgo que también lo convierte en el digno heredero de su madre.
Fue su paso por el ejército lo que ayudó a restaurar su imagen. Mientras su hermano se convertía en un aburridísimo conductor de helicópteros ambulancia con base en la campiña inglesa, él se iba a Afganistán a luchar desde el aire contra los insurgentes talibanes. En la apertura de los Juegos Invictus jugó la carta del hombre aguerrido: “Me di cuenta de que mi misión era hacer entender al mundo el espíritu de sacrificio de los que llevan uniforme cuando en mi última misión en Afganistán vi cómo unos compañeros daneses cargaban el ataúd de uno de sus amigos”.
Pero es su forma de admitir también sus debilidades lo que definitivamente lo ha convertido en uno de los personajes más populares de la familia real británica. Este año confesó públicamente en una entrevista que el bloqueo emocional por la muerte de su madre le había durado 20 años y que para superarlo había necesitado terapia. “Ahora sé quién soy y hacia dónde quiero ir”, dijo. Lo que no significa en absoluto que vaya a dejar de hacer cosas muy poco convencionales para un miembro de la Corona.
Por ejemplo, enamorarse de una actriz californiana mayor que él, católica, divorciada y de raza mestiza.
De todos los datos biográficos de Markle, el hecho de que su madre sea negra es lo que ha resultado más escandaloso para la prensa británica, que ha llegado a decir que la actriz se crio en un barrio que es un nido de delincuencia (una información incorrecta) .
Meghan Markle nació en Los Ángeles en 1981 y creció en un barrio tranquilo. Su madre es instructora de yoga. Su padre, un iluminador televisivo que ha trabajado en series tan populares como Urgencias o Matrimonio con hijos. Aunque ambos se divorciaron cuando ella tenía solo tres años, mantuvieron siempre una excelente relación y apoyaron a su hija en el que era su sueño: convertirse en actriz.
Pero si uno recuerda los frecuentes comentarios de mal gusto que el duque de Edimburgo ha hecho a lo largo de su larguísima vida sobre cualquier persona que no sea estrictamente blanca (aquella visita a Kenia donde una mujer le entregó un regalo y el duque le espetó: “Eres una mujer, ¿no?”) , es cierto que cabe preguntarse si la reina de Inglaterra considera la raza de la novia de su nieto un problema. “Estoy seguro de que se ha llevado un disgusto con esta relación. Visualmente, no es lo que le hubiese gustado. Para ella es una foto chocante”, me dice al otro lado del teléfono Roberto Dvorik, quien fue íntimo amigo de la princesa de Gales y conoce a sus hijos desde que eran niños. “La familia real es muy racista. Si aceptan esto, es solo porque no se pueden permitir rechazarlo: la popularidad de la Corona depende hoy de los tres mosqueteros que son Guillermo, Kate y Harry ”, añade.
De momento, parece que no hay nada que se pueda oponer a la voluntad de Harry ni nadie que se resista a su carisma. En eso es igual a su madre.
Un vídeo promocional del año pasado lo muestra sentado junto a Isabel II en un sillón del palacio de Buckingham con un móvil entre las manos. De pronto, el teléfono suena. Son Barack y Michelle Obama. Ambos dicen a Harry, con su ya proverbial estilo informal, que están deseando recibirlo en suelo americano, donde se celebrarán los Juegos Invictus. Cuando Harry cuelga, Isabel II lo mira con un arrobo inconfundible: es amor.
Lady Pilar Brennan, una de las cinco mujeres españolas que estuvo en la recepción que este año ofrecieron los reyes de Inglaterra a los de España, me cuenta que el magnetismo de Harry no es una leyenda y que el muchacho se maneja con una naturalidad pasmosa en las recepciones: “Está muchísimo más relajado que su hermano, quizá porque sabe que él no va a ser rey”. El especialista en cultura popular y columnista de The Guardian Stephen Bayley describe la personalidad del príncipe Harry haciendo una comparación curiosa: “Siempre he dicho que los Agnelli son la familia real italiana y que Lapo Elkann [el díscolo heredero del imperio Fiat] es el equivalente a Harry. Lapo y Harry disfrutan de sus privilegios pero no dejan que las convenciones los domestiquen. El propio Lapo me describió en una ocasión a Harry con una palabra italiana: “Es un poco birichino. Que significa descarado”.
Según Roberto Dvorik, desde el mismo momento en que nació, Harry llegó al mundo marcado por un signo especial. “Cuando se enteró de que era un niño lo que esperaban, Carlos le dijo a Diana que estaba muy decepcionado. Él quería una niña. Eso para ella fue un golpe terrible”.
Ese niño que el príncipe Carlos hubiese deseado niña fue díscolo desde su más tierna infancia: “A Harry le lavaron la cabeza menos que a su hermano con respecto al protocolo de la Corona. Y, además, su carácter es diferente. Heredó de su madre la independencia, y ella lo sabía”. Lady Diana, de hecho, le enseñó a hacer pequeñas travesuras, muy poco propias de un royal: se escapaba con él al cine de Kensington High Street o al McDonald’s, donde se mezclaban con la gente normal. “En la temporada en que estuvo obsesionada con que la iban a matar, Diana me dijo que, si le pasaba algo, Harry no le preocupaba, pues sabía que pronto iba a encontrar alguien en quien apoyarse o una manera de salir adelante. Que era Guillermo el que le parecía más vulnerable”, rememora Dvorik. Y es cierto que durante el periodo de duelo Harry aparentó ser el más fuerte. “Guillermo reaccionó buscando el calor de una familia que le dio todo lo que él no había tenido, los Middleton. Harry se quedó solo viviendo en la monstruosidad de intrigas e intereses que es la maquinaria de Buckingham y buscó fuera la alegría, la diversión. Su manera de superar aquella muerte que le parecía terriblemente injusta fue rebelarse contra todo”.
Tras el fallecimiento de su madre, Harry tuvo que amoldarse a la estricta etiqueta de Eton, ese colegio que es una fábrica de hombres de Estado. Pero aunque se vestía con el chaqué negro, el chaleco, el cuello postizo, la pajarita blanca y los pantalones rayados de rigor, su conducta era la de un enfant terrible: cuando solo tenía 15 años lo pillaron conduciendo a lo loco un todoterreno, solía fumar por los pasillos del colegio a espaldas de los profesores y en una ocasión se cortó el pelo como un skinhead, solo porque antes se había hecho una cresta de mohicano fallida. Pero aun así, en la Selectividad Harry sacó mejores notas que
su hermano y, aunque sus gamberradas fueron muy publicitadas por la prensa, lo cierto es que sus caprichos no eran de jetsetter internacional: nunca le dio por bucear en islas paradisiacas con oligarcas ni saltar desde aviones.
Lo suyo era más bien hacer el bruto con su cerradísima pandilla de amigos, una costumbre, por cierto, muy “etoniana”. Y desde aquel tiempo, los nombres que conforman su núcleo duro de amistades siguen siendo los mismos (Mark Tomlinson, Tom Inskip, Tom Faber, Arthur Landon, Jack Mann) . “Harry siempre se ha rodeado de gente discreta en la que sabe que puede confiar y que no va a vender historias a la prensa”, dice Kate Reardon, directora de Tatler, la revista que en Reino Unido es referente de información sobre los royals británicos.
Esa endogamia, pese a lo que pueda parecer, también fue característica de su vida amorosa. “Harry es una droga para las chicas”, contaba en 2012 precisamente Tatler. “Más alto y con una constitución mucho más imponente de lo que parece en las fotos, tienen una voz sorprendentemente profunda y la capacidad de desarmar con su amabilidad”.
Esa amabilidad se traduce en permanentes gestos de cortesía que dejan ver que, a pesar de sus desmanes, es una persona extraordinariamente educada: al parecer, siempre escribe cartas de agradecimiento, tiene una capacidad casi siniestra para acordarse de los nombres de la gente y es el primero para ofrecer ayuda con los platos si lo han invitado a una cena privada. Además, está su don con los niños.
Su éxito entre las mujeres sigue intacto en 2017, como confirma una aristócrata española que tuvo la ocasión de asistir con él como invitada a una boda: “Se tenía que quitar de encima a la gente. Era el más simpático, el más animado y el más bailongo”. Pero no hay que confundir popularidad con promiscuidad.
Tatler también ha contado que ni en sus años más fiesteros Harry se enrollaba con una chica si no estaba completamente seguro de que podía confiar en que no se filtraría a los medios. La pasividad lo hacía aún más irresistible, claro. “Es muy impresionante su disciplina —decía una fuente anónima entonces—. Lo he visto rechazar a la chica más guapa del club literalmente porque no sabía mucho de ella”. Esa protección casi paranoica frente a los medios de comunicación nace de la aversión que el príncipe sintió hacia los paparazzi cuando era joven por lo que le ocurrió a su madre, pero sus experiencias posteriores tampoco ayudaron.
Sus dos novias más conocidas, Chelsy Davy y Cressida Bonas, sufrieron la persecución de los fotógrafos, y, según cuentan, fue esa presión lo que acabó llevando a ambas a abandonar al príncipe. “Para un plebeyo que lo vea desde fuera, emparejarse con un miembro de la familia real británica puede parecer un chollo. Pero para los verdaderos miembros de la aristocracia o para las hijas de las grandes fortunas globales es un engorro. Ellas ya viven muy bien, no necesitan ese tipo de presión”, me dice una fuente que conoce ese entorno.
Meghan Markle tampoco necesitaba el acoso mediático al que se ha visto sometida desde que se supo que estaba saliendo con el príncipe. Por eso el año pasado, escarmentado de las anteriores experiencias, Harry emitió un comunicado al respecto. El texto sostenía que la pareja llevaba “pocos meses” y que no era justo “que la Sra. Markle se viese sometida a una ola de abusos y acoso”. Ese movimiento por parte de la casa real, que suponía el reconocimiento tácito de la formalidad de la relación, fue unánimemente interpretado como un paso adelante en el noviazgo y una señal del inminente anuncio de compromiso.
Ha habido otros signos: Markle ha sido vista entrando al palacio de Kensington. Allí es donde reside Harry desde que su hermano se casó con Kate Middleton. Concretamente en Nottingham Cottage, una de las propiedades más pequeñas del palacio, con solo dos habitaciones. Otra señal obvia es que Meghan Markle concediese el mes pasado una entrevista a la edición norteamericana de Vanity Fair en la que admitía que ella y el príncipe están muy enamorados. Algo así jamás hubiese ocurrido sin el consentimiento de Buckingham. Y por último está el hecho de que se hayan dejado ver juntos en los Juegos Invictus de Toronto, en los que, además, la actriz ha lanzado mensajes subliminales a través de su ropa (lució una camisa llamada Husband, marido en inglés) .
Sin embargo, a pesar de que Markle ha hablado abiertamente de la relación, hay temas en los que la pareja no quiere entrar. Por ejemplo, no quieren contar cómo se conocieron. “Saben que a partir de ahora van a estar sobreexpuestos y que la prensa va a intentar saber todo sobre ellos, así que guardarse esas partes de
su intimidad es la forma que tienen de preservar la magia de los momentos que solo les pertenecen a ellos”, dice una amiga que desea permanecer en el anonimato. La versión que han manejado más frecuentemente los medios es que Misha Nonoo, diseñadora nacida en Bahrein y criada en Londres e íntima amiga de ella, y su exmarido, el marchante de arte Alexander Gilkes, amigo de él, fueron quienes los presentaron en una fiesta en Nueva York.
Pero ¿qué tiene Markle que no hayan tenido otras parejas anteriores de Harry? Para empezar, a diferencia de Chelsy Davy, hija de un millonario operador de safaris de Zimbabue, o de Cressida Bonas, hija de la aristócrata (y en su día it girl) lady Mary-Gaye Curzon, ella es una mujer hecha a sí misma. Además de actriz de éxito, ha sido durante años editora de su propia web de estilo de vida (que, por cierto, cerró cuando su noviazgo con el príncipe se hizo público. Cuarta señal) . Para seguir, el estilo de Markle no tiene nada que ver con el de Davy y Bonas, dos chicas tan británicas que uno se las imagina perfectamente integradas en la happy hour de un pub de rancio abolengo. “Meghan tiene la capacidad real de ser prescriptora de moda. Sabe cómo y cuándo ponerse unos jeans agujereados. Los fashionistas y la industria la respetan”, dice Kate Reardon. La editora apunta otra fortaleza de la nueva novia del príncipe: “La casa real nunca se había topado con nadie como ella. Dado que viene de Hollywood, sabe relacionarse con los periodistas y manejar las redes sociales en su favor mejor que ninguno de sus miembros”. Reardon alaba la seguridad y la inteligencia de la actriz, que, de casarse, probablemente tendrá que renunciar a su carrera profesional. “Es suficientemente adulta y sabia para llevarlo bien. Ella sabe que si contrae matrimonio con él, no solo lo hace con el amor de su vida, sino con el establishment”.
Porque para que el príncipe Harry y Meghan Markle puedan ser marido y mujer hace falta la aprobación de la reina Isabel, la misma mujer que no dejó a su hermana Margarita casarse con el supuesto amor de su vida, el coronel Townsend, por estar divorciado y que obligó a su hijo Carlos a contraer matrimonio con una mujer a la que no amaba, pero que, como mandaban los cánones, era virgen. “Si se casan, a ella le darán un título de duquesa, como el de Sarah Ferguson, y a él seguramente le ofrecerán un cargo diplomático de la Commonwealth en Canadá y los mandarán allí, para tenerlos lejos”, dice Roberto Dvorik.
Reardon, en cambio, está convencida de que la casa real es consciente del potencial de Meghan Markle y el príncipe Harry como máquina filantrópica. “Los dos están completamente decididos a usar su notoriedad pública para llamar la atención sobre las causas que les importan”. Que es exactamente lo que hicieron el pasado septiembre durante los Juegos Invictus. Ingrid Seward, directora de la revista Majesty y autora de My Husband and I, un ensayo sobre los setenta años de relación de Isabel II y el duque de Edimburgo, dice: “Lo único que le podría preocupar a la reina de esta chica es que venga de un hogar desestructurado. Siempre que alguno de sus hijos se ha casado con una mujer que venía de ese tipo de entorno la historia ha acabado mal. Pero la reina es la persona menos esnob que hay en el mundo y creo que estará feliz de ver feliz a Harry”.
Sin embargo, una tercera fuente cercana al príncipe que no desea desvelar su identidad dice que la alta
aristocracia británica no es precisamente fan de la pareja: “El mayor problema no es que ella sea divorciada o su origen racial, sino que es norteamericana. Eso despierta el fantasma de Wallis Simpson, a quien todavía culpan de haber acabado con el prestigio de la monarquía”.
Digan lo que digan los corrillos, lo cierto es que Harry, con su noviazgo tan poco convencional, es ahora mismo la figura más popular de la Corona. “El príncipe Carlos no cae bien a los británicos, es visto como un quejica engreído, afectado y manipulador. Y a muchas personas Guillermo les recuerda a él: un tipo con tendencia a culpar a otros, demasiado asustado para atreverse a nada”, me dice Stephen Bayley. “Harry es tan popular porque transmite desobediencia y energía. Los británicos, y creo que esto se podría decir de cualquier país de Europa, están desencantados con la abyecta mediocridad de sus políticos. Harry es un híbrido maravilloso: una figura de autoridad que está en contra de la autoridad. Nos encanta su descaro porque sabemos que su poder es solo una ilusión. Y necesitamos ilusionarnos”.
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