El rey emérito Juan Carlos será operado este sábado del corazón, una operación que, a sus 81 años y apartado ya de la vida institucional desde antes del verano, ha hecho que volvamos la vista atrás a una dinastía, los Borbones, que poca suerte ha tenido en el apartado de salud. Pese a su decena de operaciones, don Juan Carlos ha tenido relativa fortuna en su vida y en sus intervenciones en quirófano, y no ha tenido que lamentar muchos de los males que afligieron a sus antecesores.
Sobre todo desde que su abuelo, Alfonso XIII, decidiese casarse con Victoria Eugenia de Battemberg, que aportó al historial de la dinastía (donde la tuberculosis y los problemas cardíacos son una constante) un mal bastante temido: la hemofilia. La abuela del rey, portadora de la enfermedad más terrorífica para las realezas, dio a luz a dos hijos enfermos: el primogénito, Alfonso (que renunciaría por contraer matrimonio morganático) y el último de los siete descendientes de la pareja, Gonzalo, muerto a los 20 años. La renuncia de Alfonso implicaría también la de su hermano Jaime, al que se obligó a renunciar por una sordera tras una mala operación por doble mastoiditis en la primera infancia. Otro de los niños, Fernando, nació muerto. Así que el sexto de los retoños, el único varón, pasaría a heredar los derechos dinásticos. Alfonso XIII moriría en Roma en 1941, de una cardiopatía, a los 54 años. Su viuda le sobreviviría hasta los 81 años.
Es decir, Juan de Borbón, el padre del rey emérito. Un hombre con salud de hierro, curada en alta mar, donde entre cigarrillos y tatuajes navegaba con la Marina inglesa tras la proclamación de la República. Con la Royal Navy recorrería el mundo hasta el punto de que la noticia de que se convertía en el heredero de la Corona de España le alcanzaría en la India. Aquel marino se enamoró perdidamente de una familiar en un baile italiano: María de las Mercedes de Borbón y Orleans, prima proveniente de la rama carlista de la familia.
María de las Mercedes también podía presumir de linaje: su abuelo, Alfonso de Borbón-Dos Sicilias, sigue siendo hoy el más longevo varón que haya dado la dinastía -vivió 93 años-. SIn embargo, aunque ninguno de los dos llegaría a ver el trono, tanto el conde de Barcelona como la condesa consorte gozarían durante décadas de buena salud. El golpe a la familia llegaría por factores externos: el cáncer de laringe que don Juan desarrolló por su afición a los cigarrillos negros franceses que siempre portaba en su pitillera. Don Juan primero perdió la laringe, extirpada en 1988, y finalmente la vida en 1993, a escasos meses de cumplir los 80 años.
La condesa viuda, para entonces, ya se veía obligada a usar silla de ruedas, como consecuencia de su fractura del fémur izquierdo, en 1985, de la que fue intervenida y salió con secuelas. Tres años antes ya había sido operada sin consecuencias de una fractura similar en el fémur derecho. Doña María de las Mercedes sobreviviría siete años más a don Juan, y fallecería de un repentino ataque al corazón, poco después de cumplir los 89 años.
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