¿#AbolirLaMonarquía? La corona británica tiene un problema, pero no es el Brexit

Decíamos hace un par de días que las acciones al límite de lo legal y en contra de la democracia parlamentaria de Boris Johnson habían conseguido algo inaudito: que las redes sociales se poblasen con miles de mensajes llamando a la abolición de la monarquía británica. La reina Isabel II se ha convertido en el involuntario brazo ejecutor de una jugarreta de Johnson: el cierre del Parlamento británico, para dejar sin margen de maniobra a sus rivales políticos ante un Brexit sin acuerdo. Mientras, casi todos los medios ingleses valoraban en sus análisis la súbita vulnerabilidad de la Corona, y volvían a agitarse los planes esbozados por cortesanos timoratos para evacuar a la reina en caso de disturbios brexiteros.Sin embargo, los Windsor cuentan con un arma a favor: el movimiento republicano nunca ha sido más débil.

Y la respuesta social a la maniobra no ha perdido de vista al objetivo: Johnson. La primera manifestación espontánea de ayer se dirigió directamente al 10 de Downing Street, y los llamamientos de líderes de la opinión de izquierdas como Owen Jones se dirigían contra la residencia del primer ministro. No contra el cercano Palacio de Buckingham. Al mismo tiempo, la organización civil más representativa del movimiento republicano, Republic, llamaba a replantearse el futuro. En redes, apenas un par de diputados escoceses, un par de intelectuales y algún columnista se preguntaban si había llegado ya la hora de abolir la monarquía.

Pero Republic, aunque es una organización nacional, no tiene excesiva fuerza. El grupo de presión –constituido como tal en 2006, después de 23 años de asociación republicana- tiene actualmente algo más de 5.000 miembros de pago y unos 35.000 simpatizantes online registrados. No está mal considerando que el total de apoyos que tenían en 2010 era tan sólo de 9.000 personas. Pero en redes, el total de mensajes con el hashtag #Abolirlamonarquía no superaba ese número.

Republic presume de dar voz a "millones de ciudadanos que creen que el Reino Unido necesita una alternativa democrática a la monarquía". Sin embargo, hay un obstáculo fundamental para su tarea: ningún partido político británico con representación lleva la república en su programa electoral. Ni siquiera los independentistas escoceses del SNP son abiertamente republicanos. La última encuesta de YouGov, que se remonta a los tiempos de la boda del príncipe Harry y Meghan Markle el año pasado, era bastante clara: el 69% de la población apoyaba la "continuidad" de la monarquía. Incluso en la rebelde Escocia, el apoyo era del 53%.

Pero ese apoyo tiene un factor fundamental: Isabel II y su constante presencia pública. La reina, que lleva pateando Albión 67 años, es un rostro conocido para los británicos. Y no en el sentido de que la vean por la tele o en los billetes, no. En el sentido literal: al menos un tercio de sus súbidtos tiene el recuerdo de haberla visto en persona. Una cifra que aumenta, como es lógico, con la edad: la mitad de los mayores de 65 años ha visto de cerca a su monarca.

Pero la Corona no se fía. El desastre que fueron los 90, con todo el culebrón Carlos y Camilla y el accidente mortal de Lady Di, dejó tocadísima la imagen de la monarquía. Fue la primera vez en la que casi todos los medios –incluyendo los tabloides– se plantearon si era hora de cambiar el sistema. Debates televisivos impensables años atrás –en 1997, con una audiencia millonaria votando por primera vez por encima del 33% a favor de la república– o el diario The Guardian pidiendo un referéndum en el año 2000 sobre la continuidad de la monarquía marcaron los peores años para los Windsor.

Y, en parte, fueron Tony Blair –monárquico convencido– y su Nuevo Laborismo los que hicieron posible (menos en lo protocolario, como mostraba la película The Queen, que en lo político) la existencia de ese debate. Sus medidas territoriales –desde la voluntad de facilitar los Acuerdos del Viernes Santo irlandeses hasta sus reformas para dotar de más autonomía a Escocia y Gales– hicieron que el Reino Unido se plantease por primera vez a fondo qué tipo de nación o naciones quería ser de cara al siglo XXI .

La respuesta de Isabel fue mostrarse más cercana y menos la ginoide sin sentimientos que percibió la gente tras la muerte de la madre de sus nietos, de la princesa del pueblo Diana. Y, sobre todo, esperar a que dichos nietos creciesen. La boda civil de 2005 entre Carlos y Camilla –con el consentimiento de la reina– puso el primer paso en la normalización de una relación que el recuerdo de Lady Di impedía en la opinión pública.

Pero fue el romance de cuento de hadas del príncipe William y Kate Middleton el que bastó para rehabilitar el gusto de los británicos por los royals. La boda de ambos en 2011 vino acompañada del sondeo más generoso hasta la fecha: sólo un 13% pensaba que la monarquía debía acabar tras el reinado de Isabel II. Y el Jubileo de Diamante celebrando los 60 años de reinado en 2012 puso el broche final a la rehabilitación de la Corona.

El precio a pagar de esta operación de 15 años fue Carlos de Inglaterra. Desde los 90, está consistentemente entre los royals sucesorios menos populares –un puesto que se disputa con sus hermanos, el sospechoso Andrés y el viajero Eduardo–. Y, pese a su resistencia y a su labor como campeón de buenas causas y la lucha contra la emergencia británica, sus súbditos no le quieren de rey. No hay ni una encuesta fiable en todo este tiempo en el que los británicos declaren en mayoría que quieren a Carlos como rey.

Es más, en el último gran sondeo sólo el 37% quería a Carlos como rey más o menos permanente tras la abdicación –planeada para 2021– o muerte de su madre. El 46% prefería a "otra persona". No ya específicamente su hijo William, sino "otra persona". Cualquiera antes que Carlos. Ése factor, el rechazo al eterno príncipe de Gales, es hoy por hoy el único que podría resucitar un movimiento que ni siquiera el Brexit consigue elevar como lo hizo la tragedia y muerte de Lady Di.

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